domingo, 20 de junio de 2010

Versideas: su genética

Una esfera líquida aparece. Móvil, hialina. Una ventisca la rodea. Entonces la que parece burbuja se opaca, luego se torna invisible mientras la brisa, triunfante y orgullosa de su obra, se retira buscando alguna roca que quiera volverse polvo y volar.
Entre tropiezos y pisotones consigo mismo, el líquido en camuflaje llega con quien lo ha llamado "verso". Llega obediente y dispuesto; hay quienes dicen que los pequeños versos -especialmente los recién nacidos- son tan flexibles como curiosos. Prueba de esto es su admirable habilidad para fungir como ideas, ocupación que al principio les parece desconocida, pues piensan que es como un cuadro de Kandinski, pero después se acostumbran y se olvidan de lo que antes eran.
Ya siendo ideas, se obsesionan con la volatilidad de su informe ser, que por cierto les causa aversión. Presionan al ventarrón para que ejerza su poder de cristalización sobre ellas. Éste satisface la petición, y otras veces es flojo, hace maldades y le gusta dejar incompleto el proceso. Entonces ahora quedan las versideas: aquellas ideas que no tuvieron la suerte suficiente para mutar y que son expresadas sin definirse bien qué son. Mas, claro, llenan ambos puestos: contagian la pasión de una idea sin dejar de verse tan bellas cual verso.

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