Y el maldito espejo regresa una vez más (¿o regreso yo?). Estoy harto, puedo decirlo. Harto de verlo, de verte, de verlos. Simplemente el placer de verlos es ahora colapso, ¡suficiente! ¿Por qué quejas y después yo regreso a ver al espejo? Entonces, quejas de nuevo. Ver lo que me pierdo: ¿eso es placer?
Los que fluyen y yo. Los naturales y yo. Los felices y yo. Ellos viven, ¿y yo?
Este es el único caso en el que alcanzar el diamante sería un alivio. O al menos conocer su forma, saber qué tan atrás estoy.
Seguro estoy adelante de algo. Algo habrá que ya he alcanzado. Ya lo visualizo: es grotesco y prescindible. Tanto camino da náuseas.
[Y así termina esta meditación: incompleta, como la vida.]
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